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CARTOGRAFÍA DE PRECISIÓN

Los barrios informales en Argentina no existen en las cartografías oficiales. El RENABAP (Registro Nacional de Barrios Populares), hizo un primer aporte ubicando en el mapa nacional los más de 4.400 barrios.

La elaboración de un proyecto de Integración Socio-Urbana requiere de mayor rigor por lo que se elaboró la cartografía de precisión de Nuevo Alberdi que incluyó un vuelo de dron, la georreferenciación de una imagen de alta resolución, la digitalización correspondiente (realizada en gabinete) apoyada por trabajo de campo para hacer ajustes. Ingresar a cada vivienda de la mano de las duplas territoriales y jóvenes profesionales. Muchas notas en los planos para el trabajo en gabinete.

LA RADIO • AQUÍ Y AHORA

Una iniciativa que empezó pequeña y fue creciendo de una manera inimaginada. Si la pandemia nos generaba dificultades para reunirnos, si la conectividad digital es parte de los grandes déficits de los barrios populares se recuperó un medio que resiste y llega a cada casa de manera ágil y con bajo costo: Volvemos a las bases y trasmitimos por radio

AQUÍ Y AHORA se consolidó como espacio dónde contar los avances de la urbanización y retroalimentarse con las preguntas, comentarios y  deseos de lo/as oyentes. Semana a semana, se fueron incorporando más voces que fueron disparadores de nuevas iniciativas para el barrio: comerciantes que encontraron un lugar para promocionar sus negocios y artistas que podían presentar su música. Después de casi 60 emisiones, este programa se convirtió en un clásico de los sábados por la tarde en Nvo. Alberdi.

NO ES LO QUE SOMOS SINO ADÓNDE VAMOS

algo que me dejó de cara estos meses es el modo en que la gente de Nuevo Alberdi se apropió del concepto “urbanización” que, además de ser academicista y técnico, es bastante aburrido fonéticamente hablando. No tiene mística, básicamente. Por eso me causó gracia escuchar a muchxs compañerxs del barrio decir “le dejé la nena a mi mamá y me fui a urbanizar”, haciendo referencia a las recorridas informativas, casa por casa, que hacen las duplas territoriales desde que se anunció y firmó el convenio de urbanización. No dicen “me voy a recorrer el barrio” o “me voy a la asamblea”. Dicen “me voy a urbanizar”, “hoy fui a urbanizar”, “el sábado a las 10 tenemos que urbanizar”.

Estamos hablando del consumo eléctrico y les pregunto qué electrodomésticos tienen. Los cuatro (mama, papa, hijo y nuera) se miran y sonríen en silencio. Finalmente, el padre amaga con arrancar, pero se frena, hace la pausa clásica previa al sinceramiento. No me sorprende, porque solo dos días en el Censo de la Urbanización de Nuevo Alberdi me alcanzaron para notar que a algunxs les da vergüenza decir en voz alta que tienen una heladera con freezer o un aire acondicionado, como si estuvieran muy por encima de la media o fuera una falta grave. Pero esta vez no tiene nada que ver con eso.

“Acá hubo un allanamiento”, corta en seco. Levanto la vista por décima vez para observar el cartel de Templo Evangélico que está colgado en la puerta. Mi cara debe ser más que elocuente, porque se apura para seguir el relato: “La policía se equivocó, tenían que allanar acá enfrente donde venden droga, pero entraron a nuestra casa”. Le pregunto si se dieron cuenta del error o frenaron y se cruzaron de vereda. Obviamente no. “Nos rompieron todo lo que teníamos, el ventilador, la estufa, nos pedían los celulares, me incautaron el auto y nunca me lo devolvieron”. El bunker está en el pasillo de enfrente, no hay forma de no darse cuenta, pienso.

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El censo de Nuevo Alberdi no es tan cuanti como cualitativo. Quienes lo desarrollaron y llevaron adelante tuvieron la empatía suficiente como para diseñar un modelo de cuestionario compuesto por diferentes bloques, desde trayectoria de vida y salud hasta trabajo, educación, soberanía alimentaria y vivienda. Bloques que permiten comprender con bastante profundidad cómo se vive el día a día en un barrio popular.

El acto de comprender produce sensaciones de las más diversas, porque es lo opuesto a etiquetar, prejuzgar e idealizar. Resulta fácil caer en homogeneizaciones truchas, sin embargo, cuando llega el momento de encarar una urbanización como la que vamos a llevar adelante en Nuevo Alberdi, con la responsabilidad que eso conlleva, las simplificaciones se diluyen y aparecen muchos relatos. Concretamente en 2 mil relatos, que es la cantidad de hogares censados, aproximadamente unos 10 mil habitantes.

Para urbanizar de manera justa e igualitaria, entonces, el primer paso es empezar a comprender. Ese el aporte más sustantivo que tiene hacer un censo. Toparse con lo real inmediato, como llamaba Marx a lo primero que vemos cuando analizamos una sociedad o un sistema económico. Aunque a mi más bien me remite a aquel capítulo de Los Simpson donde Homero grita “¿Quieres la verdad? ¡Tú no puedes manejar la verdad!”.

Desde que empezamos a militar lo hicimos conscientes de lo desigual que es este sistema y de las consecuencias directas que eso tiene en la vida de la gente y sobre todo la del pueblo pobre. Pero en ninguna parte se enseña o aprende a manejar la verdad de lo que nos rodea, a estar abiertos para escuchar cara a cara infinitas historias sobre filtraciones en los techos, hundimientos en el piso, zanjas llenas de basura, cloacas rebalsadas, estafas inmobiliarias (por ponerle un nombre elegante), conflictos intra-lotes, estudios primarios o secundarios suspendidos o jamás iniciados, migraciones internas, problemas de salud, violencia de género, discriminaciones de todo tipo. Ni que hablar la naturalización de la violencia urbana.

La mayor “ganancia” militante del Censo en Nuevo Alberdi es aprender a escuchar, a romper la desconfianza, sentarse a hablar en una mesa casi una hora entre preguntas y respuestas que no siempre son las esperadas, o las que unx quiere. Respuestas que devienen en anécdotas, relatos crudos, recuerdos lindos y feos, aspiraciones, indiferencias, anhelos. Es el lugar de las diferencias, donde nada puede darse por sentado porque hablamos de actores y actos reales y no de estados mentales.

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Además de charlar/encuestar, camino bastante, doy vueltas a la manzana buscando quien me atienda o aprovechando para arreglar citas. A veces me siento en un banco por calle Vieytes, que se convirtió en una oficina de anotaciones, o hago base en la vereda de un kiosco que prepara unos sanguches riquísimos, con mayo incluida. Se ve que no tengo pinta de “censista”, porque recién el ultimo día el kiosquero se digna a preguntarme qué carajo estoy haciendo ahí.

En esos tiempos muertos repaso las primeras conversaciones y no puedo dejar de pensar en un libro que leí hace poco, La producción del espacio, obra culmine de una serie de estudios del frances Henri Lefebvre sobre la problemática del espacio, donde cuestiona los principales pilares de la racionalidad urbanizadora capitalista. Ya que estamos, acá van algunos: La significación de la comuna, El derecho a la ciudad, De lo rural a lo urbano, La revolución urbana, Espacio y política, etc.

El planteo que hace es bastante simple pero clave: históricamente, al espacio se lo ha hecho pasar como algo completamente transparente, objetivo, neutral, inmutable y definitivo. Sin embargo, detrás de esta ilusión se oculta la imposición de una determinada visión de la realidad y del propio espacio, la imposición, en definitiva, de determinadas relaciones de poder. La gran contradicción del capitalismo neoliberal es que homogeneiza como si fuera todo lo mismo, mientras que la sociedad funciona cada día mas fragmentada.

Por eso Lefebvre desconfiaba de la existencia de un solo espacio. Como mínimo, decía, existen tres, que se disputan y tensionan mutuamente: el espacio concebido, el espacio percibido y el espacio vivido.

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El primer espacio que aparece cuando se hace un censo es el espacio concebido. El de lxs planificadores, los expertos, arquitectxs. Ahí están los signos, los mapas, los códigos de ordenamiento, los lenguajes técnicos. ¡No está mal! Como toda herramienta, dependiendo quien las use, pueden ser muy perjudiciales o muy útiles. Puede ser privatizado por expertos o abierto democráticamente a cualquier habitante de la ciudad.

Nosotrxs elegimos lo segundo. En el censo de Nuevo Alberdi los mapas están por todas partes. En los teléfonos, en las paredes de la ETICA y en la mano de cada unx de los 80 censistas que, durante cinco días, deberán manejarlos con la expertise de un geógrafo. Detrás de esos mapas hay mucho trabajo colectivo. Un mes atrás, el equipo del Instituto de Gestión de Ciudades junto a Ciudad Futura, puso en marcha el pre-censo para ubicar todas las casas del barrio en un plano, elevo un dron para fotografiar las manzanas y, finalmente, elaboró la encuesta, talleres y capacitaciones.

Utilizamos esas herramientas para observar y conocer el Nuevo Alberdi realmente existente que, en este primer paso, se traduce en cuadrantes divididos por manzanas, edificaciones, unidades complementarias, viviendas mixtas, en fin, todo lo que hay que censar. Ahí se puede hacer una primera lectura del barrio según las diferentes zonas, en un ejercicio muy importante de abstracción. Digamos que es la base principal para encarar la tarea.

Pero a la hora de golpear las manos o tocar la puerta del terreno1-edifacion1, es decir, cuando efectivamente comienza el censo y las casas se vuelven reales, se terminan las abstracciones y el espacio concebido se choca con el espacio percibido, que no es otra cosa que el espacio de la experiencia material, aquello que vincula lo que tenemos en el mapa con la realidad cotidiana del barrio. En criollo, lo que la gente percibe o piensa del lugar que la rodea.   

A mí me tocó la Manzana 7, que está bastante urbanizada. Decir bastante es justo solo para con el resto Nuevo Alberdi, que está dividido en zonas que se van degradando a medida que se acerca el canal Ibarlucea, allí donde aparecen los ranchos de quienes debieron desmalezar más de un terreno para colonizar lo último que había disponible en la parte urbana del barrio. No se les hizo sencillo. Una paradoja: más pauperizada es la zona y más vulneradas las familias que la habitan, más presencia de micro-mercado de tierras y especulación mediada con violencia y usura.

Con menos presencia conflictiva en su interior, la zona rural tiene todos los déficits estructurales propios de un área inundable, jamás urbanizada ni reconocida como parte de la producción de ladrillos que supo alimentar el boom inmobiliario rosarino. No solo eso, en los últimos 15 años, fue maldecida con la suerte de ser la zona más codiciada por los desarrolladores urbanos amigos de todas las gestiones municipales. Desde 2007 en adelante, inundación mediante, Nuevo Alberdi paso de no existir a ser un diamante en bruto para la especulación inmobiliaria.

La manzana 7 está en otra situación. Comenzó a levantarse hace más de tres décadas y limita con las dos únicas instituciones municipales existentes, el centro de salud Salvador Mazza y Centro de Convivencia Barrial. Cercania que permite beber un poquito del derrame institucional, al que no le da para llegar a más de 4 o 5 manzanas a la redonda. No es errado afirmar que las instituciones pierden legitimidad y son duramente cuestionadas a medida que nos alejamos de su zona de influencia.

La EPE puso medidores comunitarios y recién desde el año pasado también hay recolección de residuos con camión y todo. Eso fue lo mejor que nos pasó sostienen de manera unánime. Aun así, decir que la manzana 7 está bastante más urbanizada que el resto no hace más que maquillar el telón de fondo formado por problemas que arrastran unas cuantas generaciones en torno a cuestiones estructurales como el trabajo, la educación y la vivienda, entre otras.

De las 30 casas que censé solo encontré 4 empleados en blanco, varones, de los cuales 2 son repositores en el Easy mientras que el tercero trabaja de Seguridad Privada y mantiene a toda su familia (incluyendo padre y madre) Están en blanco, sí, pero en empleos inestables, de muchas horas y poco sueldo. No solo eso, todos coinciden en que la cobertura médica que brinda el empleo formal termina siendo una trampa ya que el Centro de Salud, el efector de atención primaria más cercano y gratuito, deja de atender a sus familias, pero la obra social no cubre casi nada. Termina saliendo más caro tenerla que no tenerla.

El único “acomodado” al que le alcanza para vivir (sin ahorrar, claro) es un chofer de colectivo, que terminó de pagar su casa hace pocas semanas y recién ahora piensa en arreglar las paredes. El resto de la manzana trabaja informalmente, de manera independiente o en negro, razón por la cual durante la pandemia perdieron sus laburos, sin saber si podran volver a recuperarlo. Lo que significa que hace meses no tienen un ingreso fijo. En promedio, viven con ingresos entre 10 mil y 30 mil pesos, como mucho.

En un mismo terreno encontré 4 viviendas que viven, literalmente, de la jubilación mínima de Marta, la madre-abuela, esto es, con menos de 20 mil. Actualmente toda la familia lucha incansablemente para que el municipio les habilite el carrito para vender hamburguesas en Baigorria y Circunvalación. Mientras tanto, a veces hacen alguna changa-viaje en un FIAT 147 que usan de remis para sus vecinos. La casa de su hija está llena de recipientes en el piso, porque el agua se filtra por todas partes.

Todas las mujeres con las que conversé trabajan en sus casas, en tareas de cuidado. Sin remuneración obviamente, aunque sean las responsables indiscutidas del hogar. No por nada la respuesta “cuando llegue mi señora lo hacemos” está a pedir de boca de varios maridos que se asustan cuando les digo que vamos a hablar de la familia, casa, servicios, trabajo, salud, educación. Desafío: si encontras algún padre de la manzana 7 que se acuerde el número de documento o el año de nacimiento de sus hijxs, te ganas un premio.

Como en todos lados, la violencia de genero está profundamente arraigada, porque solo en los primeros dos días saltaron tres situaciones distintas. Una compañera escribe al grupo de whatsapp que necesita ayuda urgente. La encuentro ayudando a una piba de 24 años que, luego de ser censada el dia anterior, la interceptó en la calle para pedirle que la acompañe a la comisaría a denunciar al marido porque la amenazo con quemar la casa. Mientras ambas llaman al teléfono verde, me quedo en la puerta “custodiando”, o algo asi, por si el tipo vuelve. La GUM tarda 24hs en ir a su casa.    

En cuanto a educación, la mayoría de los adultos como mucho llega a tener primario completo y secundaria incompleta, por razones conocidas: los varones porque tuvieron que salir a trabajar desde jóvenes y las mujeres tuvieron que cuidar hijxs, hermanxs, familiares. Solo conocí un pibe jovencito que estudia profesorado de historia en un terciario. Aun así, la conciencia sobre la importancia de la educación sigue intacta: no encontré ni un hije en edad escolar que no vaya a la escuela. De la misma manera, todxs lxs adultxs con lxs que hablo afirman querer terminar el secundario.  

El agua llega a las casas con poca presión y en algunos casos muy turbia, según el estado del caño que cada quien puede conseguir para conectarse informalmente. Algunos están tan dañados que se filtra el agua podrida de la zanja y sale turbia y con olor. Todxs coinciden en que las zanjas no se desmalezan ni limpian hace más de un año. En 2019, antes de dejar el municipio después de dos gestiones desastrosas, el gobierno de Mónica Fein sacó el asfalto de tres de las cuatro calles que rodean la manzana, supuestamente para arreglarlo, pero nunca sucedió y quedó todo así. Luzuriaga, Matheu y Caracas ahora son calles de piedra. Es como caminar en las sierras de Cordoba, pero sin sierras.

El desagotador ya es de la familia, viene una vez por mes a comer a casa, me dice Mercedes en tono tragicómico. Todas las casas tienen pozo negro en alguna parte del terreno. Cuando llueve mucho las napas suben rápido y se desborda todo. Un problema histórico que sigue sucumbiendo ante las promesas de una gestión atrás de la otra. El tema cloacas, como se sabe, es una invariante en la percepción de los problemas cotidianos por parte de la gente.

Me sorprende que no hay tantos vecinos “históricos” en esa zona. Apenas encontré dos familias que habitan en la manzana hace más de 15 años, mientras el resto no supera en promedio una década de vida en Nuevo Alberdi. Ni siquiera saben de la inundación de 2007, un hecho que surca la memoria del territorio como si hubiera sido ayer. El patrón común de esta movilidad es que la mayoría de las transacciones de los terrenos se da de un día para otro. Tanto para quien compra como para el/la vendedora, no hay tiempo para pensar, ni darse el lujo de dubitaciones sobre el futuro.

“No dejar la casa sola” es la consigna principal para lxs recién llegados. Las usurpaciones, parte importante de la crisis de violencia que no le importa a casi nadie, son el nuevo leiv motiv de muchas bandas y banditas hace varios años. Vanesa, que tiene una verdulería pequeña, me cuenta que “alquilaba en La Florida y un día me avisaron que me tenía que ir. Encontré esta casa en el Rubro 7, pero el dueño quería venderla e irse ese mismo día. Como no me alcanzaba, mandé a un amigo a chamuyarlo dos horas para tener tiempo. Cuando conseguí la plata y finalmente la compré, el tipo estaba adentro durmiendo con la casa totalmente vacía porque ya había sacado todo. Ahí pensé “¿Dónde me metí?”.   

Podría escribirse una tesis sobre el micro-mercado de tierra y vivienda en los barrios, azuzado por un contexto de irregularidad que inevitablemente genera episodios de especulación inmobiliaria y situaciones de todo tipo. En algunas zonas de Nuevo Alberdi las bandas, en general clanes familiares, se apoderan de viviendas que luego alquilan o venden. Algunos pagan su vivienda y luego son corridos violentamente para dar lugar a otros que llegan y, probablemente, correrán la misma suerte.

La manzana 7 se originó hace 30 años aproximadamente, a partir de un viejo loteo gestionado por el entonces denominado “Movimiento Villero”, que luego derivó en una sucesión de tejes-manejes y ventas informales que hasta hoy no fueron regularizadas. Producto de este desmanejo, sobran boletos de compra-venta forzosamente formalizados con algún abogado o escribano, pero nada demasiado seguro. Un chico jovencito me muestra un papel escrito con birome que dice “Inicio pago:25/12/2014- Fin de pago: 25/12/2016”. Esa es su “escritura”. Lo único que sostiene a él y su familia en esa casa es el honor y la palabra del vendedor.

Si bien los barrios populares siguen manteniendo redes comunitarias de sostenimiento mutuo, que luchan día a día contra la precarización y el abandono estatal, la subjetividad neoliberal y el discurso de mierda de los medios de comunicación (que son lo mismo a esta altura) penetra en cada casa, agenciando opiniones bastante conocidas.

La expresión “acá cada uno hace la suya” se escucha bastante en el relato, tanto en forma de queja ante el abandono de los espacios comunes, la limpieza, etc, como tambien a modo de reivindicación, celebrando el aislamiento como acto de honestidad, de no meterse en nada raro. Los beneficios de pertenecer a una comunidad son vistos con recelo, como si fuera motivo de sospecha. Por lo cual hay reticencia a reconocer vínculos con comedores, centros comunitarios, organizaciones políticas. La primera respuesta-reflejo ante esa pregunta es un “nooo” alargado y un gesto corporal de alejamiento.

Más que enojarme, pienso en las peleas televisivas entre progresistas que se contentan solo con chocar con la derecha, mientras por abajo, en el país real, el empobrecimiento y la falta de expectativas pudren el clima social y profundizan la destrucción de la confianza y las bases mismas de la democracia. Esta es la grieta real que se abre mientras todo pasa.

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Van a decir que parece un catálogo de malas noticias cuando en realidad lo que está pasando en Nuevo Alberdi es emocionante y moviliza todos los sentidos. Le di muchas vueltas al asunto estos días. De entrada, recurrí a la vieja fórmula gramsciana “pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad”. Pero siento que acá no me sirve, que tiene que haber algún puente entre la arrolladora verdad de los relatos individuales y la convicción de la posibilidad de cambiar todo lo que deba ser cambiado.   

Repaso varias veces cada encuentro mientras espero la charla siguiente y siempre termino en las mismas preguntas ¿Sobre qué base estamos paradxs? ¿Está todo mal o no? ¿Cómo se encara una urbanización de escala, un proceso de varios años, en este contexto?  

Bueno, Nuevo Alberdi tiene una historia de lucha ejemplar y gracias a eso hoy estamos en la puerta de entrada de un proceso de integración urbana inédito en todo el país. De otra manera, no estaríamos hablando de urbanización ni censo ni nada. Además de la emblemática Asamblea Popular del barrio, también hay experiencias dignas de ser contadas, como la de cientos de graduadxs en la primera escuela de gestión social de la provincia, también nacida desde el corazón y la lucha de ese barrio hace casi una década.

Incluso en el censo encontramos trayectorias de vida con las que más de un derechista se relamería, porque coinciden con su perorata de “si queres, podes”. Por ejemplo, un pibe que vive en un rancho a la vera del canal Ibarlucea, cursa medicina y trabaja vendiendo churros para mantenerse los estudios. O una chica muy jovencita que cursa el 3er año de derecho con un promedio excelente, a pesar de que tiene que viajar 2hs y media para llegar a la facultad porque vive en el fondo de la zona rural.

Pero tampoco se trata de contrastar testimonios, sumar lo bueno, restar lo malo y sacar conclusiones boludas. Porque la vida en un barrio no es el balance contable de una empresa, sino un proceso de reproducción social donde juegan factores estructurales, socio-históricos, sistémicos.

Una respuesta o puente posible es entender que todo lo descrito en los párrafos anteriores, lo que me dice cada persona censada, tampoco es LA realidad propiamente dicha. En todo caso es la forma en la que la gente percibe el espacio, el modo en que se lo representa. Y no hay que ser un genio para saber que muchas de esas percepciones están mediadas por imposiciones absolutamente ajenas al barrio en cuestión. Así como los consultores políticos repiten como loros que las encuestas electorales son “la foto de un instante”, del mismo modo podría decirse que el censo es un mapa de percepciones, un compendio de prácticas espaciales fragmentadas.

El censo, entonces, es un primer paso para leer sin prejuicios el sentido común de nuestro tiempo en este territorio especifico, sus ambigüedades y sus desplazamientos, para adaptarnos a esta realidad y librar en su interior una disputa en favor de las posibilidades de hacer de las necesidades y anhelos nuevos espacios de esperanza. Es lo que pretende ser la urbanización de Nuevo Alberdi.

Por eso a Lefebvre sumaba un tercer tipo de espacio: el espacio vivido, allí donde se encuentran los lugares de la pasión y la acción que no se someten fácilmente a las reglas de “coherencia” que las representaciones pretenden imponer.  

Va un ejemplo clarísimo: algo que me dejó de cara estos meses es el modo en que la gente de Nuevo Alberdi se apropió del concepto “urbanización” que, además de ser academicista y técnico, es bastante aburrido fonéticamente hablando. No tiene mística, básicamente. Por eso me causó gracia escuchar a muchxs compañerxs del barrio decir “le dejé la nena a mi mamá y me fui a urbanizar”, haciendo referencia a las recorridas informativas, casa por casa, que hacen las duplas territoriales desde que se anunció y firmó el convenio de urbanización. No dicen “me voy a recorrer el barrio” o “me voy a la asamblea”. Dicen “me voy a urbanizar”, “hoy fui a urbanizar”, “el sábado a las 10 tenemos que urbanizar”.

Esa re-apropiación, el uso de ese término para definir una acción tan cotidiana, que antes se llamaba de otra manera, es una apertura a la posibilidad de plantear un orden espacial alternativo que, desde el vamos, modifica el ya existente. “Me voy a urbanizar” significa salirse de la pasividad ante los problemas que se presentan, todos los que salen en el censo, y dejar el lugar naturalizado de consumidores o usuarios de un espacio no pensado por ellxs o para ellxs.

“Cambiar la vida, cambiar la sociedad, nada significan estos anhelos sin la producción de un espacio apropiado” dice Lefebvre. La re-apropiación de un espacio lo saca de su valor de cambio y devuelve su valor de uso, la única forma posible para la creación colectiva. El resto es todo mercancía y ganancia de unos pocos.

No lo sabemos con certeza, ni falta que hace, pero quizás el significante “Urbanización de Nuevo Alberdi” pueda convertirse en una plataforma narrativa que contenga el anhelo disperso pero muy generalizado de vivir de otra manera. Vivir sin tardar horas para llegar al trabajo, la escuela o el hospital; vivir sin goteras, hundimientos ni mierda rebalsando; vivir respirando un mejor aire y comiendo mejores alimentos, con menos desigualdad y siendo libres de la precariedad y el miedo.

Puede que el termino utopía ya no sea el más apropiado o apropiable, quien sabe. Pero Lefebvre tomaba el concepto de utopía concreta para definir un proceso que echa luz sobre lo real, como posibilidad que forma parte, da sentido y orienta el presente, anticipando lo que no es todavía, pero considerándolo experimentalmente, en el terreno, con sus implicaciones, con sus consecuencias. La urbanización de Nuevo Alberdi es una utopía concreta porque ya se está siendo, explorando lo posible (algo que nunca se hizo) en un espacio urbano concreto, con sus conflictos, desequilibrios, normalidades.

Por eso tiene sentido revolucionario. Por eso hay que hacerla. En todo caso, se pagará el mismo precio por atrevernos que por no hacerlo. Porque no es lo que somos sino adonde vamos.

MAPEOS EN FAMILIA

Si las personas no pueden participar de grandes talleres, llevemos las dinámicas de taller a cada casa. Así nacieron los KITS FAMILIARES para Mapeo del Territorio.

Un sobre con un plano síntesis del barrio, íconos para recortar, tijera, goma de pegar y un instructivo para conocer como uso el barrio, que actividades tengo por fuera de él, cuál es la movilidad para cada caso.

Como las entrañables revistas didácticas infantiles se construyeron las cartografía de deseos y emociones del barrio como insumo valioso para el diseño de las estrategias de intervención.

Las duplas territoriales los dejaban en cada hogar y lo recogían días después. Más contacto, vínculos y aproximaciones empáticas. Les niñes lideraron las dinámicas involucrando a los padres en la tarea.

LAS MUJERES URBANIZAMOS

NUEVO ALBERDI

Los colectivos de mujeres ocupan un lugar central en los procesos de rediseño de las ciudades y no podía ser menos en los proyectos de integración socio-urbana.

Una serie de encuentros con las organizaciones de mujeres del barrio en el predio de La Estación, la parroquia y la plaza. Un trabajo articulado del equipo de IGC, Ciudad Futura, la Secretaria de Género y DDHH de la Municipalidad de Rosario y el Concejo Municipal. Vinculado a la campaña Lxs de Afuera No Somos de Palo, para abordar las situaciones de violencias y para imaginar un barrio seguro para las mujeres y las disidencias.

Mucha información para formular proyectos, legitimación de intervenciones, articulación institucional y fortalecimiento del entramado de actores.

MOVIDAS CALLEJERAS

Cuando se podía salir … SALIMOS! Ganar las calles, los espacios libres, de a grupos pequeños o un poco más numerosos en tanto los protocolos lo permitían.

Los TALLERES FUGACES funcionaron a modo de consulta al paso para la elección del mobiliario, juegos infantiles y la luminaria que integrarán el catálogo urbano de las intervenciones.

A su vez, LA PINTADA en el playón deportivo permitió generar un modelo de planeación participativa en donde la comunidad se apropió de la intervención, participando en el diseño y la implementación, cobrando de esta forma un sentido particular.

Es posible que un barrio popular tenga un Centro Comercial a Cielo Abierto como existen en otros sectores de la ciudad, ¿Porque no?

El espacio de publicidad gratuita en el programa de radio, dio cuenta de la densidad de emprendimientos comerciales del barrio. Un conglomerado de quioscos, almacenes, venta de comida y ropa que toma como eje el Bv Bouchard. Un espacio muy valorado por los habitantes del barrio porque permite realizar compras de cercanía y evitar grandes traslados.

De esta manera, se está trabajando en el fortalecimiento y cooperación de los comercios pensando y discutiendo de manera colectiva posibles intervenciones y alianzas para transformar el área en un innovador paseo comercial con estrategias de renovación urbana, formalización fiscal y sistema de financiamiento para compras.

HISTORIA COLECTIVA DE NUEVO ALBERDI

Si uno quiere llegar a Nuevo Alberdi, primero tiene que saber qué es y dónde queda. También es necesario saber que va a tener que caminar, porque el transporte urbano de pasajeros no llega más allá del límite inicial de ese territorio. Al consultar la página de recorridos de colectivos de la municipalidad de Rosario, vemos con claridad cómo termina, igual que una línea de fortines del siglo XIX, la continuidad de paradas en la avenida Joaquín Suárez. Más allá, no hay nada, podría pensar alguien que observara el mapa. Sin embargo, como sucedía con la tierra adentro del XIX, hacia el oeste de esa frontera suceden y han sucedido muchas cosas.

Nuevo Alberdi es uno de los barrios más postergados de la ciudad de Rosario. Antes de constituirse como barrio, fue un pueblo, pero su inclusión en el trazado urbano no repercutió en la inclusión dentro de la ciudad. Por el contrario, las condiciones de vida de sus habitantes se han visto históricamente puestas en segundo plano. Las inundaciones, la falta de electricidad, la ausencia de agua, de transporte, de escuela y de pavimentación, por nombrar solo algunas de las carencias, aparecen de manera constante en los relatos de quienes viven en el barrio.

Este territorio se ubica en el noroeste de la ciudad de Rosario, y se configura como límite dentro del límite. Por un lado, es el límite del municipio; por otro lado, en su interior se encuentra escindido entre una zona urbana y una zona rural. La división la traza el canal Ibarlucea. Si uno cruza el puente que pasa sobre el canal, puede advertir varias cosas: el terreno se transforma, aparecen los grandes baldíos, los rancheríos más precarios, la basura acumulada en los zanjones. También hay una división de otro orden, más simbólico: las calles dejan de tener nombres y pasan a identificarse por números. Claro que esto sucede solo con las calles nuevas, es decir, aquellas que corren de norte a sur, paralelas al canal. Las otras, que vienen de la zona urbana, preservan su nombre, como una especie de irradiación del trazado de la ciudad, pero su urbanidad se deshace a medida que avanzamos hacia el oeste.

En la zona rural vivía Luisa, y allí sigue viviendo Haydee. Son dos vecinas que llevan décadas viviendo en Nuevo Alberdi, y como tantxs más, nos dicen que cada paso que se avanza hacia una integración con el resto de la ciudad cuesta mucho trabajo e implica una lucha constante para preservar lo construido. 

Nos encontramos con Luisa en la escuela Ética, que queda en la calle Somoza, en la zona urbana. Esta tarde de agosto, vino a dar una mano con la merienda que se sirve a lxs chicxs que asisten al jardín de cuatro años. Muy probablemente, se trate de lxs mismxs chicxs que anhelan una plaza con juegos o una cancha de fútbol en la que, como pasa en muchos barrios populares, no se rompan las rodillas con las piedras, cascotes, botellas rotas o alambres que se acumulan sobre la superficie despareja de la tierra pelada y endurecida de los potreros. 

Luisa nació en Villa Banana y lleva treinta y siete años viviendo en Nuevo Alberdi. Allí crió a sus hijxs, se enfrentó a las bandas narco, superó inundaciones, sirvió copas de leche… En síntesis, peleó por un presente y un futuro más digno para su barrio. Según ella, el territorio de Nuevo Alberdi fue testigo de una paulatina concentración habitacional. Se pasó de una configuración rural, donde predominaban las huertas y la cría de animales, hacia un crecimiento demográfico que implicó la municipalización del barrio, los loteos y la usurpación de terrenos. Ese crecimiento en la población, nos dice Luisa, estuvo dado por oleadas de gente que vino de otros lugares –como ella misma– y que trajo a este barrio a sus familiares y personas allegadas.

Desde que ella vino a vivir a Nuevo Alberdi, pudo observar cómo surgieron los primeros hornos de ladrillos, que son hoy una de las formas productivas características del barrio, junto con las ya mencionadas, la cría de animales y la huerta. En su relato, menciona que en cierta casa, que resaltaba en ese paisaje de campo, había una canilla pública. Allí, lxs vecinxs se acercaban a buscar agua para sus casas. 

En esos primeros años que relata Luisa, el barrio estaba enmarcado por las calles Matheu al norte, Ciudadela al sur, J. J. Pérez al oeste y la avenida Suárez al este. Allí estaban algunas casonas antiguas –tres, según Luisa–, una iglesia y la estación de trenes. “Eran casonas de italianos”, dice, “que llegaron en el tren y se quedaron… Era todo campo, todo campo… solo allá en el basural –señala hacia la zona rural– había algunos ranchitos de chapa, de la gente que trabajaba en la basura.” Una vez que comenzó a poblarse el barrio, alguna gente accedió a terrenos privados que se lotearon; otrxs usurparon terrenos privados y luego ganaron títulos de expropiación y, por último, Luisa menciona unos terrenos que pertenecían a la Universidad, que también fueron ocupados. 

La cronología de Luisa se arma a partir de la edad de sus hijxs, y así saca el cálculo de cuándo se armaron los primeros hornos de ladrillos: “hace veinticinco años. Cuando nació Leandro ya había un horno, que era el de Ángel”. Los primeros hornos comenzaron a funcionar frente a su casa, en zona rural. El aprendizaje de los ladrilleros se dio a partir del trabajo en otros hornos, o en la construcción, y estuvo protagonizado por gente que se quedó sin trabajo, o bien gente que se sumó al rubro cuando vio que era prometedor y redituable económicamente. Así, hubo gente que abandonó la cría de animales y montó sus propios hornos. En un principio, cuenta Luisa, vendían los ladrillos que fabricaban a los corralones, pero luego –y ahora– venden directamente a las constructoras, sin intermediarios. 

“A medida que se fue poblando el barrio ya no hubo más huertas”, dice Luisa, “y la mayoría de la gente que venía a vivir de este lado [la zona urbana] se iban y trabajaban en los hornos”. En este punto, aparece en su relato la especulación inmobiliaria y las inundaciones, dos grandes problemas que tuvo que atravesar Nuevo Alberdi como territorio. Luisa cuenta que con las primeras inundaciones descubrieron que les habían comprado a cincuenta centavos el metro cuadrado de todxs lxs que vivían ahí: “no éramos dueños de nada, porque venían ellos y te tumbaban la casa”. Así comenzó un largo periplo de disputa con la especulación inmobiliaria, que quería convertir la zona rural de Nuevo Alberdi –últimas hectáreas de campo de la ciudad de Rosario– en emprendimientos privados y en barrios cerrados.

Las inundaciones devaluaron la tierra, y pusieron en crisis a lxs habitantes. La gente del barrio, Luisa incluida, perdió todo lo que tenía, y la desesperación hizo mella en los ofrecimientos de los desarrolladores inmobiliarios. Sin embargo, hubo quienes no vendieron ni cedieron ante las amenazas, y se organizaron. En el contexto del 2001, iban a los trueques y de esos trueques se volvía con lo necesario para preparar las copas de leche que daban a lxs chicxs del barrio. Luego, la organización de vecinxs no solo resistió nuevas inundaciones, más especulación inmobiliaria y crecientes conflictos de violencia narco, sino que también pudieron acceder, mediante la lucha colectiva, a ciertas mejoras, como transformadores de energía eléctrica y a un tanque de agua comunitario para la zona rural, ya pasado el año 2010. Con el tanque comunitario, cada vecinx tenía una tarjeta que le permitía retirar una cierta cantidad de litros de agua por semana, y debían administrarla hasta que el tanque se recargara nuevamente. 

Pese a todo, a Nuevo Alberdi no entra Street View. Tanto la zona urbana como la zona rural siguen entre los lugares más postergados y olvidados de la ciudad. Más allá del canal de agua, vive Haydeé. Ella nació en la Florida, pero por motivos familiares hace ya cuatro décadas que vive en Nuevo Alberdi. Al comienzo le costó muchísimo, extrañaba su barrio. Al comienzo, dice, se podían contar con los dedos las familias que vivían ahí. Ahora, agrega, el barrio está mucho mejor de lo que era antes. Menciona, naturalmente, las inundaciones: “no se las deseo a nadie… lo triste que es eso”. “En la última, estábamos flotando”, dice su marido. 

Haydeé nos recibió en el patio de su casa, sobre la calle Bouchard. Allí nos sentamos a la mesa con ella y su marido, Chamaco. Charlamos hasta que llegaron unos amigos a visitar a Chamaco. En ese rato, rememoraron esas inundaciones y señalan que, tal vez, los dolores de rodilla y cadera que sienten ahora tengan que ver con ese momento: “el agua y la humedad te hacen doler las piernas, te hacen doler los huesos”. Después de meternos adentro –afuera quedaron Chamaco y sus amigos–, Haydeé nos cuenta que la tiene muy preocupada el tema del transporte. Por los problemas que tiene su marido al caminar, cada vez que tienen que ir al centro o a cualquier lado, deben pedir un remís que los lleve las veinte cuadras que separan su casa de la parada de colectivos. También cuenta que muchxs vecinxs “no cuidan lo que es de todos”, como el alumbrado público. Reclama para su barrio un mayor respeto de esas cosas que costaron tanta lucha. 

Nuevamente sale el tema del agua: “ahora nos está salvando el camión”, dice Haydeé. El camión pasa todas las semanas, cada dos o tres semanas, y reparte bidones de agua casa por casa, como en otros barrios de la ciudad hace el sodero. Pero mientras que la soda es un agregado, en Nuevo Alberdi –y en todo el planeta– el agua es indispensable para casi todo. Agua, electricidad, transporte y seguridad son algunos de los problemas que aparecen y reaparecen en la voz de vecinos y vecinas. La urbanización de Nuevo Alberdi viene, de algún modo, a reparar el olvido histórico que hizo de este territorio una zona excluida no solo de la geografía urbana, del imaginario colectivo de la ciudad, sino que también produjo una exclusión administrativa, al privar al barrio de servicios básicos como el transporte, el alumbrado y la conexión eléctrica, el agua corriente o una escuela. Luisa y Haydée afirman que están convencidas de que todo lo propuesto será posible. Tal vez Street View siga sin entrar a Nuevo Alberdi, pero, como dijo Luisa en el patio de la Ética, esa tarde soleada de agosto, cuando le preguntamos qué imaginaba para el futuro del barrio: “yo para adelante veo a mi barrio con toda la iluminación, la seguridad, el agua y la escuela que tenemos que tener”. Si Nuevo Alberdi puede compararse con una línea de fortines del siglo XIX, esta Tierra Adentro hoy busca insertarse en el tejido urbano, ingresar, de una vez por todas, en nuestro siglo, hacia el futuro.

TALLERES DE PROTOTIPADO

Incorporar la voz y la mirada de lo/as protagonistas del barrio e identificando sus necesidades y deseos, se llevaron a cabo los TALLERES DE PROTOTIPADO.

La articulación previa con los comedores y merenderos resultó fundamental para garantizar la convocatoria y la utilización de espacios para realizar las actividades: construcción de banderines, pancartas y pañuelos con preguntas disparadoras y el armado de una maqueta donde lo/as participantes diseñaron el espacio público según su imaginario.

Los insumos del prototipado se incluía en los legajos de proyectos y se ajustaban en los talleres fugaces, una dinámica de alimentación de iniciativas y trabajo para que el nuevo Alberdi tenga algo de cada uno de sus habitantes.

CARTOGRAFÍA DE EMOCIONES Y DESEOS

¿Dónde compro la comida?, ¿A qué escuela voy?, ¿En qué lugar puedo hacer trámites o retirar dinero? ¿Dónde me encuentro con amigos?. ¿Cómo llego a esos lugares? ¿Caminando, en bici, moto, auto?. ¿Qué lugares me enamoran del barrio? ¿Cuáles me dan temor?.


Los kits familiares, los talleres en burbuja y otras actividades que realizaron para garantizar una participación cuidada aportaron cantidad y calidad de información de gran importancia a la hora de identificar los sitios estratégicos de intervención desde una mirada funcional, subjetiva y simbólica.

“A partir de las cero horas, deberán someterse al aislamiento social preventivo y obligatorio”, decía el presidente Alberto Fernández una noche de mediados de marzo del año 2020. Ya es una frase hecha decir que la cuarentena cambió la vida de toda la población. Sin embargo, es un poco más difícil dimensionar de qué modo, en verdad, cambió las vidas de ciertos sectores de la sociedad. Es complejo pensarse en un lugar donde no hay servicios como agua corriente o electricidad, donde la vivienda no alcanza para la cantidad de habitantes, o cuando no hay posibilidad de trasladarse a trabajar, pero tampoco de quedarse adentro.

Algo de esto sucedió en Nuevo Alberdi, uno de los barrios populares más postergados de la ciudad de Rosario. Solo que, en medio de la pandemia, llegó la noticia de la integración socio-urbana de ese territorio, que se transformó en el proyecto de urbanización más grande del país. El problema era que, pese a todo, había que poder hablar y reunirse con vecinos y vecinas, para poder escuchar sus opiniones, poder dar información sobre el proceso de urbanización, había que consultarles, hacer anuncios y poder reflotar, de algún modo, una idea de comunidad, que tal vez en el sálvese quien pueda pandémico habría quedado en un segundo plano. La dificultad residía, por supuesto, en que hacer todo eso de manera presencial era no solo imposible sino también ilegal.  

 

Fue entonces que surgió, como suele pasar en los contextos más adversos, una de las soluciones más imaginativas que podían resultar: un programa de radio que fuera hecho por la comunidad de Nuevo Alberdi, pero que sus destinatarixs fueran no solo lxs de aquí, sino también lxs de más allá. Se trató de un programa que informaba para el barrio, pero que a la vez informaba sobre ese lugar que no todo el mundo conoce. Aquí y ahora Nuevo Alberdi es, precisamente, eso: una forma de enunciar desde un lugar, desde un tiempo, para sentar las bases desde donde construir otro lugar y otro tiempo, pero con el mismo origen. 

 

La radio, entonces, fue el lugar ideal para que la organización que requería el proceso de integración socio-urbano pudiera encontrar un espacio de difusión. Era el medio que permitió informar, hacer consultas y visibilizar otras realidades, como la de comerciantes y músicxs de Nuevo Alberdi.  Facilitó el acercamiento entre el barrio y otras zonas de la ciudad. En efecto, el programa permitió que, por ejemplo, lxs comerciantes del corredor Bouchard pudieran pasar anuncios sobre sus locales; o también artistas diversos del barrio se acercaron a conversar y difundir su música o sus propuestas. Poco a poco, Aquí y ahora Nuevo Alberdi se convirtió en una referencia para lxs vecinxs. 

 

Giuliana Ayala, Yuli, es una chica de 18 años que vivió toda su vida en Nuevo Alberdi. Es, además, una de las conductoras del programa. En una tarde bastante calurosa de noviembre, entre las obras que están haciendo en su casa, nos contó sobre su experiencia de cada sábado ante el micrófono. Ella se sumó ya empezadas las emisiones, en el programa número veinticinco, y lo primero que resalta es cómo cambió el “ida y vuelta con el vecino; esa necesidad de poder encontrarse, o tener esa reconexión con la gente, ya que no podíamos salir a las calles, por la pandemia”. Así, dice que con el correr del tiempo la gente se entera más y más rápido de lo que sucede o va a suceder en el barrio, “y cualquier cosita preguntan al programa”. 

 

Yuli, que acaba de terminar la escuela secundaria y este año comenzará a cursar la carrera de Ciencia Política, dice que “todos los chicos nacemos con esa necesidad, no de ser una princesa o un superhéroe, sino de querer cambiar el mundo”. Esto, sin embargo, no se da sin oportunidades, añade. Ante esa carencia, considera Yuli, es que surgen las figuras estigmatizantes como la del vago. “Ahí –dice– es donde yo puse un stop y dije ‘no, porque no toda esa juventud quiere eso’”. Si hay una Yuli que quiere cambiar, entonces es porque, y así dice ella, hay miles de jóvenes que quieren cambiar. 

 

Su participación en la radio le permitió, tal vez, terminar de darse cuenta de este punto crucial en la percepción que tiene sobre su situación y su futuro. Se dio cuenta, al hablarle a la comunidad de la que forma parte, de cómo su palabra impacta en la sociedad. “Es lo mismo que quiere hacer otro pibe, otra piba, pero no tiene la posibilidad. Entonces es eso, querer cambiar, y hacerle saber a otras personas que hay gente en Nuevo Alberdi que tiene necesidad y que puede llegar a cambiar. Entonces es luchar, no solamente por mí, sino por los que sé que tienen ese mismo potencial o más que yo.” 

 

Otro de los que están al frente de Aquí y ahora Nuevo Alberdi es Pelusa Escobar, quien también vivió toda su vida, sus cuarenta y dos años, en el barrio. “Es mi lugar en el mundo, con todas sus necesidades, con todos sus problemas, con el olvido de los que mandan… con todo eso, es mi lugar en el mundo”, nos dice la misma tarde que charlamos con Yuli. Como muchxs en Nuevo Alberdi, debe desplazarse más allá de los límites del barrio para poder hacer muchas de sus actividades, incluso algunas de las compras elementales. “Aunque no parezca, aunque nadie quiera creerlo, hay una frontera, que nos separa de todo el resto de la ciudad”, dice Pelu. Según dice, nadie cuenta la realidad del barrio, nadie visibiliza lo que sucede en ese territorio. Se podría agregar que es, justamente, Aquí y ahora Nuevo Alberdi uno de los espacios que, en el contexto del programa de urbanización del barrio, vino a visibilizar, a contarle al resto de la ciudad y a quien quiera oír lo que sucede más allá de la avenida Joaquín Suárez.

 

El programa, que se emite los sábados por la mañana, en un formato itinerante, ofrece ese relato. El formato itinerante, de “radio en vivo”, justamente, permite visibilizar lo que sucede en Nuevo Alberdi desde hace muchos años: no solo la falta de servicios básicos como luz, o agua corriente, sino también el creciente número de comerciantes, las apuestas de la juventud, las bandas de música y las redes de comedores. En esa visibilización de lo que falta y de lo que ya existe, aparece lo disruptivo: cómo en el hacer se deja de naturalizar la injusticia, y Nuevo Alberdi se muestra al resto de la ciudad en un proceso histórico de integración socio-urbana.

En agosto de 2020, y con la pandemia provocada por el COVID-19 transcurriendo, la Urbanización de Nuevo Alberdi se puso en marcha oficialmente con la firma del convenio.

En el marco del Programa Argentina Unida por la Integración de los Barrios Populares que tiene por objetivo financiar proyectos de infraestructura urbana y mejoramiento del hábitat, tendientes a la integración de barrios y áreas urbanas vulnerables.

El acto se realizó en el Tambo La Resistencia, un símbolo de la lucha impulsada por Ciudad Futura en el territorio, y contó con la presencia virtual de la (en ese momento) Ministra de Desarrollo Territorial y Hábitat de la Nación, María Eugenia BIELSA, la Secretaria de Integración Socio Urbana, Fernanda MIÑO, la Ministra de Infraestructura Provincial, Silvina FRANA, el Intendente de Rosario Pablo JAVKIN, y la Presidenta del Concejo Municipal, María Eugenia SCHMUCK.

DIÁLOGOS TERRITORIALES

La escucha es una de las mejores herramientas de trabajo para comprender realidades complejas. Dar la palabra a los actores locales permite reconstruir historias, relevar subjetividades, identificar sitios, visibilizar recurrencias. Desde entrevistas a informantes territoriales hasta dinámicas con grupos reducidos, según la ocasión, la coyuntura sanitaria o la situación particular de las personas se sucedieron conversaciones que completaba las multiplicidad de miradas que aproximan y completan la complejidad de cada territorio.

GESTIONAR CON OTRXS

Concebimos a la integración sociourbana como un proceso que involucra políticas y proyectos multidimensionales y concurrentes. Teniendo en cuenta la complejidad de las problemáticas en los barrios populares, el desafío nos propone gestionar desde una plataforma multiactoral, que potencie las posibilidades de transformación del territorio.

Entendido el proyecto de NUEVO ALBERDI como un laboratorio de Integración Socio-Urbana, se pretende ampliar y sumar a la Plataforma de Gestión a otros actores que se propongan llevar adelante tareas o temáticas específicas.

En esa línea, se están planteando tareas asociadas con: Cátedras de la Facultad de Arquitectura, PoliLab (Laboratorio de Innovación Pública) y Seminario Provocaciones Urbanas  de la Facultad de Ciencia Política y RRII de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), tesis final de estudiantes de la carrera de Ingenieria (parque inundable del canal). Se pretenden ampliar los vínculos a catédras y grupos de trabajo en agricultura urbana y producción sustentable de alimentos. Proyecto de historias invisibles, para la identidad y memoria barrial.

Se pretende un salto cuanti y cualitativos para este año 2022, una vez que se inicien las obras tempranas que empiecen a visibilizar las transformaciones en el barrio.

La Secretaria de Integración Socio-Urbana (SISU) desarrolló una aplicación para realizar la tarea del censo. Un relevamiento riguroso y profundo que permite conocer la realidad socio-económica y habitacional del barrio. Una entrevista de 40 minutos, muchos datos vinculados a la cartografía GIS.

Una semana completa de trabajo con más de 80 censitas, de los cuales, más de la mitad fueron habitantes de Nuevo Alberdi (y en su mayoría mujeres). El censo aportó una gran cantidad de datos pero tal vez lo más relevante fue el nivel de vinculación con las familias, la señal que parecía faltar de que la cosa venía en serio y que mucha gente estaba involucrada.

Desde la mirada técnica, la estrategia de intervención se sintetiza en un Master Plan que presentas dos rasgos centrales,

#INTERVENCIÓN MULTIESCALAR la actuación dentro del polígono RENABAP que fija los límites de actuación del barrio popular, resolviendo los déficits estructurales del sector, una escala intermedia de vinculación con el entorno de proximidad que permite mixtura y heterogeneidad, junto una mirada de ciudad que posibilite una integración a ese universo más amplio que es Rosario y de la que Nuevo Alberdi forma parte.

#ACTUACIÓN MULTIDIMENSIONAL para resolver los temas básicos de infraestructuras y servicios que permite un cambio cualitativo inicial importante, pero que avance en equipamientos y espacios públicos públicos, en políticas sociales y de inclusión económica que hace a una mirada más compleja e integral de la integración socio-urbana.

Esta modalidad de intervención que presenta el programa de la SISU resulta interesante para implementar proyectos en el corto plazo que permitan visibilizar las políticas públicas, comenzar a transformar las condiciones de vida de las personas e incrementar las relaciones de confianza con los actores territoriales. Con las obras … se comienza a ver que las cosas suceden.

 

La priorización de Obras Tempranas (OT) requiere de un cruce de variables entre las que podemos destacar: a) posibilidad de ejecucución en el corto plazo, b)factibilidad técnica del proyecto, c) impacto objetivo y subjetivo de la intervención, d) coordinación de actores institucionales, e)validación de lo/as vecino/as.

Las OT para Nuevo Alberdi son 7 a desarrollarse en dos etapas.

#ETAPA I Red de agua en zona urbana, Canchita de Servellera, Plaza Comestible J.J. Pérez

#ETAPA II Red de cloacas en zona urbana, Escuela Ética de Gestión Social, Plaza de la Ética y Parque de la Estación.

La estrategia de intervención multiescalar propuesta en el Master Plan contempla intervenir dentro y fuera del polígono. Fuera del polígono implica el diseño de proyectos territoriales específicos (cuando se realiza en tierras públicas o dentro del Programa de Intervención Socio-Urbana) o de marcos normativos adecuados para el desarrollo de sectores de proximidad de propiedad privada.

 

La Ordenanza de los canales (o Plan Especial de los canales) es la que permite incorporar al proyecto una gran porción de territorio con una mirada integral y articulada que aporte al proceso de integración. Los rasgos centrales de la norma plantean: a) Mixtura de usos, social y tipológica, b) Trazados estructurales (vialidades, infraestructuras verdes, área residenciales y usos productivos), c) Asignación de indicadores por Plan de Detalles (supermanzana como unidad de proyecto y gestión), d) Mecanismos de cesión de suelo, compensación e indicadores diferenciales para la integración socio-urbana.

Espacio de coordinación de acciones concebido como REDES DE TRABAJO MULTINIVEL.

Sobre la base de objetivos comunes y un proyecto específico se operativiza en un trabajo asociado que integra tareas y actores,

Nivel Local: Municipio, Concejo Municipal, Ciudad Futura, IGC, Servicio público de la vivienda (ente autárquico _Unidad Ejecutora), Universidad, Organizaciones barriales, vecinos, empresas locales de servicios ( internet, concesionarios ferroviarios).

Nivel Provincial: Municipio, Ciudad Futura, IGC, Ministerios del gobierno provincial, Empresas provinciales de servicios públicos (Aguas Santafesinas, Empresa Provincial de la Energía).

Nivel Nacional: Municipio, Concejo, Ciudad Futura, IGC, SISU (Secretaría de Integración Socio Urbana). Programas nacionales específicos (Ministerio de Desarrollo Social y de la Producción)

El trabajo de red se activa en cada nivel con los actores necesarios para la tarea a desarrollar y requiere en muchos casos vinculación intranivel.

Esta modalidad de trabajo está en construcción y está mostrando resultados positivos, dependiendo en buena medida de la predisposición de cada organización y de las singularidades de las personas que participan.

“Las mujeres urbanizamos Nuevo Alberdi”, se escuchó decir en uno de los talleres. Si bien la afirmación puede parecer tendenciosa, o incluso puede sonar taxativa, lo cierto es que la organización de mujeres que existe en el barrio es muy fuerte: construye lazos y vínculos que sostienen comedores, que garantizan el bienestar de niñxs y adultxs, y que promueven la solidaridad de aquellas mujeres que son víctimas de violencia de género. La pandemia hizo que la situación fuera más cruda que antes, pero también fomentó ese trabajo en red entre mujeres de diversas edades.

En términos históricos, las mujeres de Nuevo Alberdi han contribuido, muchas veces, a sobrellevar la situación desigual y el contexto adverso donde viven. Esa contribución no se limita solo a sus familias o allegadxs, sino que también se proyecta en un hacer para y con otrxs. Una vecina relata que, durante la crisis de 2001, iba a los clubes de trueque y conseguía lo necesario para la copa de leche en el barrio. Esa misma vecina, que hoy día colabora en el jardín de la escuela Ética, fue la única en su cuadra que pudo resistir los embates de las dos bandas narco que se disputan el territorio de Nuevo Alberdi. Cuando todxs lxs vecinxs eran desalojadxs, echadxs por el accionar mafioso, fue una mujer y madre la que se puso firme y resguardó su casa. Otra chica, mucho más joven, postula que la solidaridad entendida como un accionar desinteresado por lx otrx puede resultar de las cosas más satisfactorias que hay. Y una tercera vecina opina que algo parecido al “hoy por ti, mañana por mí” opera en relación con la violencia de género: puede ser una la que esté en el noticiero al día siguiente, muerta o golpeada; por lo tanto, no hay que escatimar ayuda a quien pueda necesitarla. 

 

Hubo dos cosas que crecieron, en este plano, durante la pandemia por coronavirus: la red de comedores y los casos de violencia de género. Como dos polos opuestos, fueron las mujeres quienes más sostuvieron los comedores, quienes procuraron la subsistencia de espacios para que sus vecinxs comieran, y fueron quienes más sufrieron el encierro, muchas veces en compañía de sus agresores. 

 

Jesica tiene 22 años y trabaja en un comedor desde hace ocho años. Para ella, trabajar ahí “es todo”, porque ayudar a las personas es “lo que más me gusta”. Relata que la pandemia resultó un escenario complicado por el incremento de gente que acudía al comedor: “hubo muchas veces que hemos cocinado la olla hasta arriba y no alcanzaba”. En ese contexto de emergencia, no hubo distinciones; se buscó garantizar un plato de comida a cada una de las 300 o más personas que se acercaban. En el patio de su casa, junto al canal Ibarlucea, acota que hubo un crecimiento muy grande en la cantidad de comedores, pero que muchos de ellos funcionaron solo durante unos meses. 

 

La lucha a la que refiere es llevada adelante exclusivamente por mujeres. Jesica, en su relato, lo vive con orgullo. Esos lazos que se fundan en el trabajo solidario para con lxs demás se traducen en una mutua preocupación por la otra, por la compañera. Pareciera, entonces, que hay una especie de doble movimiento en las tareas de cuidado: para la comunidad y para ellas, entre ellas. “Si yo veo un femicidio en la tele, tengo que seguir adelante, porque hay mucha gente que en el barrio lo necesita”, dice Jesica. Los comedores barriales, muchas veces, pivotean sobre ese doble eje. El trabajo que hacen se orienta en dos sentidos: garantizar comida a chicxs y jóvenes y ofrecer contención a las mujeres que participan del espacio. Incluso, también funciona como un espacio de encuentro y solidaridad para mujeres que no forman parte, pero que se acercan como una forma de resguardarse de los ámbitos violentos donde habitan. En ese sentido, durante los debates en torno al proceso de urbanización en Nuevo Alberdi, apareció con frecuencia un reclamo impulsado por mujeres, quienes no encontraban espacios pertinentes para poder hablar de la violencia de género ejercida sobre ellas. “Acá hay muchas chicas que han sufrido y han pasado por eso, y si vos les das contención ellas se hacen más fuertes… mucho más fuertes”, dicen. 

 

Esas tareas de cuidado se configuran de forma integral: la contención implica el aliento a continuar trabajando, o bien a conseguir empleo, o también conlleva una ayuda mutua en la crianza de lxs hijxs. Esa red de apoyos se vio complejizada por la pandemia. Con una suerte de “sálvese quien pueda” que profundizó ese contexto, las víctimas muchas veces no pudieron recibir ayuda. En ese marco, hubo que poner en marcha otra forma de asistencia. “Si veíamos que una mamá no venía a retirar la comida, nosotras salíamos a hacer el recorrido” y veían “por qué no había venido, por qué no había asistido. Y ahí es donde nos dábamos cuenta de qué pasaba en cada casa… Donde nos pedían auxilio nosotras apoyábamos. Así nos dábamos cuenta, así nos apoyábamos, mujer con mujer”, cuenta Jesica.

 

También existe la necesidad de esconderse para poder hablar y encontrar la manera de comunicarse, por fuera del control o la violencia de sus agresores. Entonces, muchas veces “les decíamos a las chicas que teníamos una charla o que hacíamos una reunión, y así es como conversábamos entre mujeres… y muchas veces llegábamos a un punto, y decíamos que eso tenía que terminar de una vez por todas”. 

 

A su vez, existen lxs niñxs a cargo. Más arriba se dijo que los lazos entre mujeres se daban de tal modo que también se compartía, por momentos, la crianza de lxs hijxs. Jesica cuenta cómo se las ingeniaban para darles apoyo escolar a lxs chicxs. Durante la cuarentena, cuando no hubo clases presenciales, tener o no tener un celular marcaba la diferencia, y entonces muchxs quedaban por fuera; ni siquiera recibían la tarea. Eso, también, requirió de inventiva por parte de las madres: “había que fijarse cuál tenía crédito, entonces capaz que una tenía y las otras dos no. Entonces era ‘bueno, pasame el wifi vos a mí’ y yo te pasaba a vos, y era así. Nos compartíamos wifi del celular… No, acá no llega [internet]”. Así, se encargaban de que lxs chicxs se mantuvieran al día con las tareas, pero aun así, confiesa Jesica, cuando volvieron las clases presenciales fue un problema: “por más que se la pasaron haciendo tareas, cuando volvieron a la escuela nadie entendía nada”. 

 

Las mujeres de Nuevo Alberdi –y es algo que se replica en la mayoría de los barrios populares– son, en muchos casos, las que ponen el cuerpo por sí mismas y por lxs demás. Son quienes tienen a cargo a lxs hijxs, quienes garantizan tareas de cuidado, las que soportan agresiones y las que se organizan entre ellas para poder darse una mano, apoyarse y sobreponerse a situaciones tremendas. Dan de comer al barrio y resisten la violencia de género; se apoyan entre ellas y construyen hacia afuera. No sorprende, entonces, que una vecina señale a sus hijas y diga que la urbanización la emociona porque sabe “que es para ellas… ellas, el día de mañana, cuando quieran ir a la Facultad, van a ir hasta la esquina, van a tomar el colectivo y se van a ir”. Al mismo tiempo, agrega que sus hijas van a saber que su mamá puso su grano de arena para que eso fuera posible. Igual que Jesica, quien dice que su sueño es que haya una escuela primaria y una secundaria. Igual que Luisa, que lleva décadas en la organización de merenderos y copas de leche para generaciones de niñxs de Nuevo Alberdi, y ahora es su hija quien se sumó a esa tarea. Igual que Yuli, que espera que la educación sea moneda corriente en su barrio, no para ella sino para las generaciones que vienen.

En su historia, Nuevo Alberdi aparece como un sector geográfico donde la producción se orienta hacia afuera. De manera más concreta, quienes producen en Nuevo Alberdi, históricamente, se proyectan en el abastecimiento de la ciudad de Rosario. Esto resulta hasta paradójico, porque el territorio que no es registrado por el resto de la ciudad es también quien le provee ciertas cosas indispensables para su crecimiento. Las dos grandes actividades productivas que se desarrollan en el barrio, desde hace mucho tiempo, son la cría de animales y la actividad tambera por un lado, y la fabricación de ladrillos, por el otro.

Visto en el mapa, Nuevo Alberdi pareciera una serie de líneas que se disgregan paulatinamente en manzanas cada vez más irregulares, donde la ciudad desaparece ante el campo. En ese punto, exactamente, se encuentra el tambo de Oscar Licera. Es un lugar emblemático de Nuevo Alberdi. Ubicado al final de la zona rural, forma parte de esas últimas tierras que le quedan a Rosario, dentro de sus límites municipales, que aún no están explotadas. El tambo La Resistencia fue testigo de la larga lucha, de los intentos de desalojo, de las idas y vueltas, de los conflictos judiciales, y de la organización de vecinxs que culminó con el proceso de integración socio-urbana que ahora se desarrolla en el barrio. De hecho, fue el escenario donde se firmó el acuerdo, a mediados de 2020. 

 

Oscar es una persona de “cincuenta y tantos años”, y desde hace alrededor de cuarenta se dedica a trabajar en el tambo. Para él, trabajar con la tierra y los animales es una satisfacción, pese a los sacrificios que implica el trabajo en el campo. Cuando relata sus comienzos, desde que compró los primeros terneros su intención fue la de sacar leche: “empezamos sacando veinte [litros], cuarenta, cien”. Al comienzo, el trabajo era manual, pero después logró acceder a un motor, una ordeñadora con dos bajadas, luego otra de cuatro y de ese modo continuó su crecimiento. Sin embargo, ahí empezó “lo feo”. 

Lo feo es, para Oscar, el largo proceso de intimidación, amenazas, aprietes e intentos de desalojo que vivió junto con sus compañeros y compañeras. “Nos empezaban a empujar, que nos teníamos que ir, nos empezaron a acorralar. Por ahí no teníamos muchas ganas de seguir haciendo cosas porque los monopolios nos venían acorralando.” Los monopolios a los que alude Oscar son los desarrolladores inmobiliarios que, en una especulación despiadada, buscaron quedarse con esas últimas tierras de la ciudad. Sus intenciones poco tenían que ver con la inclusión y mejora de las condiciones de vida de quienes vivían ahí desde hacía muchísimo tiempo. Por el contrario, apelaron a la desesperación de vecinxs que perdían todo en cada inundación y ofrecían miserias a cambio de sus terrenos. Para ese territorio proyectaban un desarrollo privado, un country, una piedra más de la segmentación y la desigualdad. 

 

Para Oscar, que siempre vivió en ese territorio, haberse quedado allí, con lo que significaron los años de resistencia para el tambo, es una satisfacción. El trabajo en el campo le resulta algo maravilloso, y asegura que, cuando pasa el disco de arado y “mueve la tierra, y siente ese olor a tierra húmeda… si hubiera un perfume, me lo compraría”. Luego, se ríe y vuelve, más serio: “Esto no es un juego, pero es lo que a uno le gusta, la tierra, los animales. Como está la gente a la que le gustan las motos de carrera, los autos de carrera, a nosotros nos apasionan los animales”. Por supuesto, el trabajo tambero es una tarea sacrificada, que requiere de mucha presencia y constancia. Para volver a su comparación, establece un paralelismo y añade que “el animal no es una moto, que la dejaste en un galpón guardada y volvés dentro de cuatro o cinco meses”. Hay que alimentar a los animales día y noche, ordeñar las vacas, procurar que no se mojen ni se embarren demasiado cuando llueve, entre otras tareas cotidianas e indispensables. 

 

Ana tiene treinta años y trabaja hace diez en el tambo. Para ella, la tarea que realiza en el tambo es “un privilegio”, porque le permite no solo un trabajo que le encanta, sino también la posibilidad de aportar en la lucha por “las tierras más dignas de esta ciudad”. En el tambo, lxs trabajadorxs se organizan cooperativamente. Engloban todos los eslabones de la cadena, desde la producción primaria (el ordeñe) hasta la comercialización. Ana señala que es “un modelo que apuesta a la producción de una manera diferente, al respeto por el ambiente, por los animales, por los trabajadores”. Esta situación es ratificada por Oscar, quien afirma que en el esquema productivo del tambo “trabajamos todos; acá no hay patrón, somos todos compañeros (…). Yo no sé si hay otros tambos que tengan este control, este trato con los animales”. Esta política de respeto se ve, por supuesto, reflejada en los productos que se elaboran: que no se utilicen hormonas, ni antibióticos en las vacas, o que lxs trabajadorxs tengan sueldos dignos influye en lo que luego se termina consumiendo. “Lo que intentamos hacer es un esquema productivo que tenga alimentos sanos, ricos y baratos. Y además de todo esto, que muestre que las ciudades pueden producir lo que comen”, explica Ana. Estas consideraciones no solo repercuten en la forma de trabajar, sino que, además, en términos de empleo permiten la generación de más puestos de trabajo. 

 

 

Ángela Escobar tiene 32 años, vivió siempre en Nuevo Alberdi y viene de familia de ladrilleros. Ella también es ladrillera. La fabricación de ladrillos es una de las actividades más importantes que se desarrollan en el barrio, en términos productivos. Una vecina señalaba que los horneros fueron de los primeros que se dedicaron a producir algo en ese territorio, junto con los criadores de animales. Resulta, de algún modo, paradójico que allí donde no hay –o se pretende que no hay– nada, se produzca uno de los recursos vitales para que en el resto de la ciudad se construyan viviendas o edificios. Es una más de las tantas contradicciones que signan a la ciudad de Rosario, donde bajo un mismo territorio y una misma jurisdicción conviven realidades diametralmente opuestas. Ángela dice que el proceso de integración socio-urbana es la posibilidad de “dejar de ser nada y aparecer en un mapa, ser un puntito”. Para ella, el asunto no pasa por una mejora individual. “Sé que yo no voy a tomar el colectivo en la esquina”, pero sus hijas sí. 

 

Ana agrega que la urbanización es un “sueño cumplido”, en tanto y en cuanto culmina “una etapa de resistencia” y se comienza a avanzar “en ese sueño colectivo que teníamos junto con los vecinos y las vecinas de Nuevo Alberdi”. “Es emoción”, agrega, “y la prueba de que lo que suceda acá puede suceder en todo el resto del país, por eso también es un desafío enorme”. Sueña, dice, con poder tomar un colectivo en el centro de Rosario, bajar en Nuevo Alberdi y que la diferencia no sea tan abismal como es ahora. Además, cree que el crecimiento productivo que puede traer aparejado la urbanización tendrá repercusiones en la ampliación de los puestos de trabajo para vecinxs del barrio. Oscar agrega que “a nosotros nos cambió la vida todo esto”. El lugar donde hoy se encuentra el tambo La Resistencia queda en el centro exacto de las últimas tierras ociosas de la ciudad de Rosario. Este fue uno de los tantos motivos por los cuales era crucial resistir y evitar los múltiples intentos de desalojo. Hoy en día, con el proceso de integración en marcha, Oscar apunta que “siempre fue la idea que el tambo se iba a correr adonde se tenga que correr”, para no entorpecer el desarrollo de urbanización. Ángela cree que los años de lucha y de construcción colectiva entre vecinxs fue un aspecto central para obtener este resultado. Como Oscar, Ángela está convencida de que todo lo que se viene en Nuevo Alberdi es fruto de no dejarse vencer: “Esto no fue de un día para el otro. Se tuvo que pedir, se tuvieron que hacer marchas, se tuvieron que hacer acampes, se tuvo gritar, se tuvo que llorar, se tuvieron que revolcar, se tuvieron que arrodillar de la tristeza, de la bronca. Después, saltaron de la alegría”. Ángela marca, así, una bisagra. Son dos etapas de Nuevo Alberdi, la que fue y la que empieza a ser ahora.

“Imaginate que estás en Marte y tus posibilidades están allá, muy lejos”

Ser joven en un barrio popular es, quizá, uno de los grandes desafíos de nuestros días. A la falta de empleo, a la desigualdad y a la ausencia de servicios básicos habría que sumarle la violencia, la ocupación territorial del narco y las pocas –y muchas veces malas– oportunidades que se presentan desde el sector estatal. Todo este conjunto de adversidades configura una situación de la que no es sencillo evadirse. Sin embargo, la colectivización y el hacer con otrxs aparecen como alternativas que sectores de la juventud toman como caminos posibles en estos territorios olvidados.

Si vemos los diarios de Rosario, es muy fácil advertir que, en los últimos años, los titulares no dejan de señalar las muertes de jóvenes que se replican en todos o casi todos los barrios populares de la ciudad. Cualquiera puede percatarse de eso, y tal vez pueda llegar a preguntarse cómo viven o cómo quisieran vivir algunxs de esxs jóvenes. 

 

Alejo Sequeira tiene catorce años. Va a una escuela técnica que no queda en su barrio; sus amigos y compañeros tampoco viven en Nuevo Alberdi. Sueña con ser youtuber y juega a juegos online. En la vereda del almacén del que su hermano es dueño, sueña con que en su barrio se construya “un lugar en donde alguien pueda hacer lo que siempre soñó”. Alejo habla de un espacio físico donde cada quien pueda desarrollar aquello con lo que sueña y que, para eso, cuente con recursos y ayuda. Ese lugar debería tener computadoras, acceso a internet y una especie de laboratorio donde las ideas puedan encontrar un cauce. En ese espacio, también, sería posible armar grupos donde lxs chicxs podrían unirse en grupos para poder llevar adelante sus actividades en común. Se trata de un lugar “donde vos podés ir, y no tenés que pagar entrada ni nada, y la pasás bien”. 

 

El hermano mayor de Alejo se llama Axel, tiene veintiún años y es emprendedor. Vive en Nuevo Alberdi hace catorce años, cuando su familia vino desde Buenos Aires. Cuenta que, cuando vino a vivir al barrio, no había casi nada. Ahora mira a su alrededor y ve lo que se ha ido construyendo en estos últimos años y dice que “es un lujo”. Nadie conocía su barrio antes, y ahora eso, según Axel, cambió. “La gente me preguntaba ‘¿y eso dónde es?’. Mi única referencia era que estaba atrás del Carrefour”, dice, sentado en la puerta de su negocio. Durante la pandemia, puso en la casa de su mamá un almacén, Sequeira Market, que se convirtió en una referencia entre los comercios de la calle Bouchard. Empezó “con un cajón de coca y uno de cerveza” y con la idea de que sea “un veinticuatro horas”. Así, empezó a crecer y hoy día ya se perfila para ser un mayorista, que venda productos a otrxs comerciantes de la zona. Su local se encuentra en la zona urbana de Nuevo Alberdi, pero también proyecta abrir un espacio en zona rural. 

 

A fuerza de previsión, trabajo y ahorro, Axel hizo crecer Sequeira Market al punto de que ahora compra pallets de mercadería. “Todo lo que ganaba lo iba guardando para comprar otra cosa”, dice. Señala que hay muchos negocios que no tienen movilidad, y es él quien a veces los abastece, por las compras en cantidad que hace. Agrega que no solo le interesa abrir una sucursal en zona rural, sino que sueña a futuro con tener una distribuidora, o un supermercado. Si bien muchxs de sus clientxs son del barrio, vienen también de zonas aledañas para comprar, como por ejemplo de La Cerámica, Cristalería, el Churrasco o Zona Cero. Una de sus expectativas, agrega, es que venga más gente a comprar al barrio. “Muchas veces tenemos que irnos al centro para comprar esto o aquello, pero en realidad podemos traer las cosas directamente desde Buenos Aires y venderlas acá.”

 

La madre de Axel tuvo, en otra época, un almacén en el mismo lugar donde ahora funciona Sequeira Market, y él muchas veces lo atendía. Así, lxs vecinxs que lo conocen de chico piensan que el negocio es de su mamá. Durante toda la charla, Alejo, la hermana más chica de ambos, y su mamá se sientan en las mesas que el almacén tiene en la vereda. Después de que terminamos de charlar, la madre de Axel aparece desde el fondo del local, donde está la casa, con sándwiches para todxs.

 

En otro lugar de Nuevo Alberdi, en la zona rural, hay una casa en construcción. Es donde vive Yuli. Su familia obtuvo el plan Mi pieza, y están construyendo más habitaciones en la vivienda. Venimos a charlar con ella, entre otras cosas, porque forma parte de la conducción del programa radial Aquí y ahora Nuevo Alberdi. Cuestión que Yuli nos recibe entre las paredes a medio construir de una de las futuras habitaciones de su casa. Tiene dieciocho años y acaba de terminar la escuela secundaria. Va a empezar la carrera de Ciencia Política. Durante la pandemia, además, participó en merenderos que ofrecían ayuda a las familias para paliar el momento de emergencia. De esa experiencia, Yuli rescata la solidaridad que se dio entre vecinxs: “es impactar a la gente en el buen sentido. Es decirle que no está sola, que está acompañada, que la podemos ayudar”. Esta acción se da, dice Yuli, sin esperar nada a cambio: “creo que lo único que te puede dar una persona que necesita es un ‘gracias’ de verdad. Y eso no tiene precio”.

 

Yuli apuesta a que hay muchísimos jóvenes que quieren cambiar la realidad en la que viven: “todos nacemos con esa necesidad, no de ser una princesa o un superhéroe, sino de querer cambiar el mundo”. A esto sobreviene, en su relato, la falta de oportunidades, a lo que sigue una cerrazón sobre sí mismxs. “Vemos que no tenemos salida, entonces nos metemos en cualquier cosa”. “No todo el mundo quiere eso”, añade. Ella misma dice que nació en una clase pobre, hija de padres laburantes –“cosa que me super enorgullece”–, y asegura que si sus padres pudieron salir adelante, entonces es porque debe haber muchas familias que quieren salir adelante. Ahí le surge la necesidad de decir: “hay una Yuli que quiere cambiar; entonces hay miles de pibes que quieren cambiar”. Tal vez ese pibe o esa piba no tenga la posibilidad, continúa Yuli, de ver cómo impacta su palabra en la sociedad. Entonces de eso se trata, de querer cambiar y hacerle saber a la gente que en Nuevo Alberdi –y en todos lados– existe esa necesidad, y que ese cambio es posible. “De ahí en más –sigue– es luchar, no solamente por mí, sino por los que sé que tienen ese mismo potencial, o más que yo.”

 

El problema, como muchas veces sucede, reside en la falta o la asimetría de oportunidades. Alejo Sequeira, decíamos, sueña con ser youtuber, y pese a que él tiene acceso a internet, hay muchxs otrxs en su barrio que no pueden aspirar a eso. De ahí su propuesta de un lugar comunitario donde poder desarrollar actividades vinculadas a la tecnología. Sin embargo, lxs gobernantes, en la gran mayoría de los casos, ofrecen posibilidades muy acotadas a las clases populares. “El gobierno siempre nos da la posibilidad de que hagamos forestación, huerta, fotografía –como mucho–, y hasta ahí nomás”, dice Yuli. Es sabido que esos cursos de oficio, que suelen ser de panadería, albañilería, carpintería, tal vez herrería o peluquería, muchas veces no captan el interés de la juventud de los barrios populares. No les permite la inserción en un mundo laboral que requiere de otras herramientas: “yo no quiero eso, yo quiero computación, algo que me pueda servir para un trabajo futuro.” Precisa que no se trata de una cuestión de voluntad, sino de oportunidades: “si nos dan las herramientas aprendemos… cualquiera aprende, con que se le tenga un poquito de paciencia. Creo que los cursos de panificación o huerta ya no van más, porque no nos sirve”. Y concluye: “el gobierno malinterpreta el ser pobre con ser ignorante. No somos brutos; si nos enseñan, aprendemos. Es algo básico”. 

 

Sin herramientas y sin oportunidades, vivir en Nuevo Alberdi, según Yuli, es una de las peores cosas que te pueden pasar. “Es un mundo aparte. Imaginate que estás en Marte y tus posibilidades están allá, muy lejos.” Sin embargo, debe aclarar que cuando habla de herramientas no se refiere a planes sociales. Se refiere, insiste, a cosas básicas: “cuando pienso en urbanización, pienso en que llegue el colectivo, que otros chicos puedan estudiar”. Añade que en la urbanización se contemplan proyectos para construir una escuela secundaria, un EEMPA, “o quién sabe, una facultad popular”. De esa clase de herramientas habla Yuli. “Hay que pensar en toda la juventud, ¿y qué mejor que empezar por la educación, que tanta falta hace? Es un privilegio para aquella persona que le llegue a tocar, porque quizá a mí no me toca.”

 

 

Tanto Axel y Alejo Sequeira como Yuli tienen expectativas en torno al proyecto de integración socio-urbana que se lleva adelante en Nuevo Alberdi. Como otrxs jóvenes o niñxs del barrio, quieren ver crecer el lugar donde transcurrió toda o gran parte de sus vidas. Axel espera que se incremente la cantidad de comercios en el corredor de Bouchard, que las calles se llenen de gente, y que “seamos más compañeros”. Alejo quisiera tener un lugar donde poder socializar y armar proyectos con otra gente. Yuli busca multiplicar las oportunidades y las herramientas para todxs lxs jóvenes. De algún modo, ven en la urbanización una apuesta para transformar la realidad cotidiana del barrio. Quieren, ni más ni menos, poder ir a la escuela en su barrio, o no tener que irse demasiado lejos para practicar un deporte o hacer un curso. Tampoco quieren que se les siga mirando de reojo, ni que se lxs ignore. Quieren poder trabajar a la par de cualquiera, y no quedar relegadxs a tareas de segunda. En definitiva, quieren hacer su vida en su barrio.

DUPLAS TERRITORIALES

Dividir el territorio en cuadrantes, dos jóvenes militantes sociales para una o dos manzanas según el caso. Visitas y conversaciones casa por casa y cumpliendo con todos los protocolos sanitarios, una política de cercanía permitió construir y consolidar lazos de confianza y legitimación en el territorio, dar a conocer la iniciativa e involucrar a la comunidad en el proyecto de integración socio urbana mediante la planificación de estrategias de participación y toma de decisiones colectivas.